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LA RETÓRICA DEL ESPACIO

¿Por qué escribimos los arquitectos? Bueno, la cosa parece venir desde tiempos muy remotos. A diferencia de otras artes, como la pintura y la escultura, por ejemplo, la arquitectura es algo que el artista preconcibe en su totalidad antes de que ésta cobre forma en la realidad. En contraste con la pintura y la escultura, el arquitecto no lleva a cabo la ejecución de su obra, sino que ésta involucra a un número indeterminado de trabajadores, artesanos y supervisores. De tal modo, para que las obras arquitectónicas puedan ser llevadas a la realidad, el artista debe poder explicar a otros su proyecto. De ahí la necesidad de escribir y transmitir mediante el lenguaje las ideas que llevarán al público y los ejecutores a comprender la idea preconcebida por el arquitecto.

Existen dos sistemas comple-mentarios para explicar un edificio: El primero son los dibujos de representación bidimensional, los cuales muestran todos los elementos físicos que componen un edificio y que generalmente se complementan con perspectivas. El segundo, retórico, define al edificio en su aspecto teórico: le da un fundamento a su forma, a su función, a su lugar en el espacio. Los tratados de arquitectura han tenido siempre una función retórica que apunta a sustentar las propuestas arquitectónicas presentadas. Sin preocuparse demasiado por los problemas de realización, el autor de un tratado puede mostrar lo que sería posible, y en su opinión, también deseable construir. Los tratados pueden aportar lo que podríamos llamar una “arquitectura virtual”. Las herramientas antiguas, mucho más rudimentarias que nuestras actuales computadoras, permitían, con el complemento entre la teoría y los dibujos ortogonales, proporcionar una idea muy clara sobre la forma y la función que tendrían los edificios.


El tratado más antiguo que se conserva y el único de tiempos precristianos que ha llegado completo hasta nosotros es el de “Los diez libros de la arquitectura” de Vitrubio. No sólo transmite conocimientos sobre la arquitectura de la Antigüedad clásica y sobre sus principios, sino que también constituye la base para todos los debates teóricos que se dan desde el Renacimiento. Las tres componentes Vitrubianas esenciales de toda obra arquitectónica eran la firmitas (firmeza), que se refería a los aspectos técnicos de la construcción, la utilitas (utilidad) que se relacionaba con el uso y la finalidad de las construcciones y la venustas (belleza), que tenía que ver con las reglas de la composición y la proporción para que un edificio fuese bello.


El texto de Vitrubio era conocido en la Edad Media. Se había copiado e incluso se habían hecho algunas ilustraciones primitivas sobre él, pero esto se hacía en los monasterios y no en los talleres de los arquitectos. En el siglo XV, Alberti escribió sus propios “Diez libros” para que las enseñanzas de Vitrubio pudieran utilizarse en su presente. En Europa existía una competencia entre dos sistemas formales durante el siglo XV. Uno era el gótico, que se había ido formando a lo largo de los siglos, enraizando en la práctica, donde los talleres y las mismas obras actuaban también como centros de formación profesional, en los que las habilidades y los conocimientos se transmitían oralmente, de una generación a la otra. El otro, arcaizante, al cual conocemos como Renacimiento, se impuso a lo largo del siglo como una crítica al gusto moderno. Volver la mirada a la Antigüedad surgía de las cabezas de artistas que –como Brunelleschi o el mismo Alberti- no eran arquitectos, sino intelectuales que habían leído a los autores antiguos. La formación de un estilo, de un nuevo canon de formas a la antigua se llevó a cabo con el plano de la reflexión lingüística.


Con la invención de la imprenta los tratados sobre arquitectura pudieron circular para el público y no solo en círculos selectos. La posición de la arquitectura en el sistema cultural de la sociedad cambió, se convirtió en un elemento de formación, de convención, perteneciente a la sociedad de los lectores. La publicación de los tratados iba acompañada de ciertas láminas en plantas y alzados que explicaban las construcciones.


Desde entonces se han desarrollado un sinnúmero de tratados sobre arquitectura, desde aquellos donde el aspecto lingüístico es dominante (la arquitectura de Hegel, por ejemplo) hasta otros donde fotografías y dibujos intentan decir tanto o más que las palabras. Los proyectos para ciudades enteras de edificios, diseñadas por Le Corbusier o Frank Lloyd Wright, por citar dos ejemplos, iban de la mano de las teorías esbozadas por ellos mismos. Los arquitectos imaginan nuevas formas de vida, nuevos modelos para la organización del espacio y el aspecto de los edificios. En ese afán, escriben, intentando ser comprendidos. Para realizar edificios, es preciso poner en marcha una maquinaria económica, a veces política, que los haga posibles. El arquitecto escribe, explica, para convencer; la capacidad de su retórica es la que logra que las formas de los diseños se conviertan al fin en espacios habitables.

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